Seguramente nadie en su sano juicio se montaría en una ambulancia que suena como un tiovivo. Cuanto menos dudamos que nadie sea capaz de mantener la calma encontrándose tumbado, con la pierna desvencijada merced al entusiasmo mal calibrado del casado en el partido solteros contra casados, fluyendo por la ciudad en la panza de un vehículo llamado a proporcionarle la salvación de tibia y peroné pero que pone en juego su reputación abriéndose paso por el tráfico con melodías de feria.
Sin embargo, admitámoslo, tiene su gracia. Una ambulancia puede sonar como un tiovivo, como el carraspeo matutino de un tenor o como un theremin. Cualquiera que la vea pasar sonando de tales formas a su vez verá temblar los cimientos de la verosimilitud, pero vale, ¿y qué? No estamos aquí para erigirnos como los paladines de la racionalidad (si es un pájaro tendrá que hacer pío). Somos fantasiosos o canónicos, según pida la imagen, así que trabajamos para arroparla (pío) o para reinterpretarla (yo que sé, parrapapío).